Su barba gris canosa se mecía al viento salado que no había conocido la tierra.
Miraba al horizonte, al que quería como un hijo, con sus ojos azules grisaceos
golpeados con furia por años de la lágrimas de sal que le devolvía el océano
El Capitán, bebía whisky escocés y ron colombiano, pero sus penas, no entendían de fronteras.
Ataviado con su brújula de latón, maldecía con palabras olvidadas sus años pasados.
En el mar, no hay paredes ni muros que devuelvan el eco de los lamentos.
Sólo la soledad, que termina por marchitar los últimos pétalos de la Rosa de los Vientos.
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