El aire huele a fresas silvestres
el olor dulce se funde con el ardor del verano.
Y a lo lejos, suena música electrónica.
Un desobediente beat beat a 130 revoluciones
por minuto.
Me da por hablar, y por contar historias de lugares
en donde he vivido,
de sensaciones que casi había olvidado,
y la cerveza en la boca me pide más cerveza,
una nueva dosis de frescor líquido fermentado
Viajo sin moverme y descubro otros mundos olvidados:
los clubes sórdidos de Amsterdam,
las putas más deshonestas de Salamanca,
una canción triste de algún lugar de Albania.
una sonrisa picantona del Bairro Alto
Y me evoco a mí mismo, sintiendome libre y aislado
a pesar de estar rodeado de una masa enbravecida.
Cuarenta mil cuerpos bailando al son de la misma música
que yo bailo, pero apenas los siento.
Soy una isla pérdida, en un gran oceáno de gafas de colores
y notas discordantes escupidas a un millon de watios.
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