Entre un rugido feroz,
se masculla un suspiro,
entrecortado por mi voz,
llega a mis oídos
como un trueno mudo
el replicar de tu voz ardiente
y viva.
Me dice que jamás me rinda.
Se estrella la noche contra
el final de tus ojos,
y se prende entre las tinieblas,
un abrazo lejano y dividido.
Me recuerdas con tu voz
que jamás en la vida olvide
que sigo jodidamente vivo.
Y te miro con deseo
sintiendo mil emociones
inyectadas directamente en vena.
Agarro tu piel contra mi piel
y elimino cualquier espacio
entre nuestros cuerpos.
Te arrimas y me dices,
que nunca jamás permita
que al mirar con hambre a la vida
y zarpar a comernos el mundo
nos saciemos.
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