Agoto la ginebra de mi vaso
y me encuentro con aquella mirada sibilina.
Escrutando mis sentidos,
es absurdamente incandescente.
Se mueve el pelo a un lado y en mis oídos,
suena como un estruendo la sinfonía de sus cabellos.
Sonríe y me sonrojo camuflado entre los hielos
azulados de mi copa vacía.
Son noches como ésta
En las que apenas recuerdo que te quería.
Suena música tropical de trompetas
y su piel morena se levanta de la mesa.
Me mira escondida entre la gente,
moviéndose con la sensualidad de una serpiente.
Baila,
Y funde el tiempo con la curvatura de sus caderas.
Sus pechos se agitan al compás de mi locura.
señalando a mi mesa entre el ardor del ambiente.
La plaza está abarratoda y el aire está caliente.
Me acerco a tu lado y te confieso que soy un superviviente.
Tu dedos palpan con suavidad,
el acento extranjero que sale de mis labios
Y la noche se refleja en las gotas de sudor que
surjen al ritmo de nuestros cuerpos enrocados.
Yo te dije entre frases de amor que alguna vez escribiría
el poder misterioso de tu mirada sibilina.
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