jueves, 27 de septiembre de 2012

Hotel Herzegovina. Quinta Parte

Quiero dedicar esta entrada a Álvaro Pujol, cuyos consejos entre vasos de whisky me ayudaron a matizar y perfeccionar algunos aspectos de esta historia. 

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La recepción estaba vacía a excepción de recepcionista, que distraído y algo aburrido archivaba algunos documentos en una desgastada carpeta color marrón. Apenas se percató de la presencia de Rodrigo hasta que su olor corporal, fruto de una mezcla de cansancio y sufrimiento, le atizó su olfato. Levantó la mirada y descubrió aquella cara de rasgos mediterráneos totalmente desgastada. Apenas quedaba brillo en sus ojos y la piel parecía sucia y erosionada, como una piel de cuero mal curtida. Aquel hombre apenas debía superar la cuarentena, pero el recepcionista tenía la impresión de estar ante una persona que venía de vuelta de la vida y aún le quedaban un par de billetes de ida y vuelta en la cartera. Cualquier otro empleado de hotel, en otras circunstancias y en otro lugar del mundo, se habría cuánto menos escandalizado ante aquella visión. Pero aquel no era un hotel ni un lugar en el mundo cualquiera. Aquel recepcionista aburrido y meditabundo llevaba meses viendo a personas similares acercarse hasta su mostrador en mitad de la noche. La gran mayoría traían la misma expresión en sus rostros. Caras que habían sentido el calor del mismo infierno, y que ahora suplicaban con su mirada un lugar para descansar, aunque fuera en aquel rincón inmundo del centro de Sarajevo. El recepcionista había aprendido a tener mano izquierda con aquellos soldados. Sabía que debía atenderles rápidamente y sin hacerles demasiadas preguntas. Muchos de ellos venían borrachos y furiosos y buscaban cualquier excusa descargar su ira con quien fuera. Eran bombas humanas de relojería y sólo necesitaban la más mínima chispa para prender su mecha.

El recepcionista miró a Rodrigo e intuyó que aún no estaba borracho pero que sin duda necesitaba estarlo pronto. El alcohol escaseaba en la ciudad, pero aquel recepcionista había establecido una interesante red de contactos que le proporcionaban ingresos paralelos a su maltrecho salario. A cambio de dejar habitaciones por horas para satisfacer fogosos arrebatos de pasión y de entregar aquellas prendas de ropa que misteriosamente desaparecían en las estancias de los huéspedes, el recepcionista obtenía a cambio botellas de licor y cigarrillos. No era mucho, ni el suministro era fluido, pero sabía que aquellos hombres atormentados no miraban su economía cuando se trataba de adormecer sus conciencias con un poco de nicotina y alcohol. 

Rodrigo esperaba pacientemente a que el recepcionista terminase de cerrar aquella carpeta marrón. Tras apretar las gomas que cierran las solapas, el recepcionista, le echó una mirada rápida y escurridiza y entregó un formulario que sacó diligentemente de debajo del mostrador. Rodrigo le echó un vistazo rápido. Era un registro estándar de ingreso, mal traducido en inglés. Rodrigo soltó un suspiro de cansancio y miró con desdén al recepcionista. Acto seguido puso sobre el mostrador su pasaporte y un billete de 10 dólares. Quería irse a la cama y lo último que deseaba era perder el tiempo rellenando un estúpido registro que acabaría olvidado en el mismo cajón del que había salido.

Esa fue la señal que estaba esperando el recepcionista para iniciar sutílmente su dudoso negocio. Guiñó confidentemente un ojo a aquel soldado al tiempo que recogía su pasaporte y guardaba el billete de 10 en el bolsillo de su camisa. Se giró para coger la llave de la habitación 312 del cajetín y al ponerse de frente a él de nuevo inició la conversación en un inglés bastante bien trabajado.

- There is no minibar at the room, sir - Dijo en un tono que sonaba forzosamente lastimero.

Rodrigo volvió a resoplar, esta vez más fuerte. Tenía una gran jaqueca y un dolor insoportable en su brazo izquierdo, y lo único que quería era una ducha y unos cuantos tragos. 

- But I have a solution for that. - Continuó el recepcionista bajando la voz suavemente, como quien quiere contar un secreto. Sacó una pequeña llave del bolsillo, mostrándosela a Rodrigo como si quisiera dar mayor interés a aquel acto escénico medidamente preparado que tantas veces había hecho anteriormente. El recepcionista se agachó y desapareció de la vista de Rodrigo. Pudo oír como una cerradura se abría y se volvía a cerrar casi al instante. El recepcionista reapareció con una botella de Ginebra Gordon´s entre sus manos, haciendo un gesto como el del mago que consigue hacer aparecer un conejo del sombrero. La cara de Rodrigo se iluminó repentinamente. Miraba a la botella como un niño mira un juguete a través de un escaparate. Fijo sus ojos en los del recepcionista, en gesto universal de quien quiere saber el precio del objeto que tiene delante.

- Only for you, Sir. Only for especial guest. - dijo el recepcionista girando lentamente la botella sobre sus ejes para que Rodrigo viera con claridad la etiqueta de la botella. - Only 50 Americans Dolars, sir. Very good offer, Sir.

Cincuenta dólares por una ginebra de segunda categoría era un abuso. Pero cuando estás corriendo entre balas y explosiones y vives con el corazón a su máximo rendimiento por la incertidumbre que supone bagar entre francotiradores invisibles, cualquier precio parece adecuado ante una dosis generosa y balsámica de alcohol.

Rodrigo sacó dos billetes de 20 y otro de 10 y los arrojó sobre el mostrador al tiempo que apresaba la botella entre sus manos para observarla más de cerca. No fue un gesto de desprecio, más bien era de desesperación por llevarse aquel líquido a su estómago. El recepcionista recogía los billetes con una mueca de satisfacción.

- Sir .- Dijo aún recogiendo el dinero. - I know some ladies, bosnian girls, very good girls and very good price. Do you want any girl tonight?. - Tuvo que alzar la voz de la pregunta para captar la atención de Rodigro. Éste se giró y respondió sin vacilar.
- No, I´m waiting for a friend. Her name is Diana. Please tell her where my room is.

El recepcionista hizo el gesto del saludo militar en señal de que lo había entendido. Rodrigo le hizo un gesto de afirmación con la cabeza y se dirigió escaleras arriba con la botella aún agarrada entre sus dos manos. El recepcionista vio como la figura de aquel soldado se alejaba piso arriba y se dispuso a rellenar el formulario con los datos que había en el pasaporte. Una vez hubo acabado, se dispuso a guardar en formulario en la vieja carpeta marrón cuando la puerta del hotel se abrió.

Diana entró en el pequeño vestíbulo con paso decidido mientras se hacía dos coletas en el pelo. El recepcionista le miró con un gesto decidido, extremadamente serio. Diana le devolvió la mirada con cierta agresividad, en un tono desafiante. Cuando pasó al lado del mostrador, el recepcionista le agarró con fuerza de su brazo y la acercó violentamente la cabeza de diana hasta su boca. Sus labios casi entraban en contacto con el lóbulo de su oreja. <ya sabes lo que tienes que hacer>, le dijo tajantemente. Diana se zarandeó y se soltó de su brazo en un movimiento brusco. Le miró con una mezcla desprecio, miedo y respeto. Esta vez fue ella quien se acercó a su oído. <Lo sé, hijo de puta, dime en que habitación está>. El recepcionista le dijo el número y soltó una carcajada macabra mientras Diana subía las mismas escaleras que había subido Rodrigo minutos atrás. Entre la penumbra, el recepcionista pudo ver como Diana cambiaba forzadamente su rostro para parecer una persona asustadiza y desvalida.

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Un líquido tibio cayó sobre la cara de Rodrigo, que seguía tendido en el suelo del sótano con un dolor de cabeza como nunca antes había sentido. Levantó levemente su cabeza y noto como su pelo estaba húmedo, seguramente por la sangre que había emanado de la herida de su cabeza. Aunque su visión estaba borrosa, reconoció perfectamente la etiqueta amarilla de la botella cuyo contenido acababa de ser vertido sobre su rostro. Era la etiqueta de Gordon´s.

- Good price! - dijo aquella voz cuya familiaridad empezaba a atizar la memoria de Rodrigo - Very good price, cabrronn!.- Dijo esto último en un castellano forzado y balcanizado. Aquella voz comenzó a reirse a carcajadas que retumbaron en toda la habitación. El eco de aquella risa malvada fue demasiado para Rodrigo, quien notó como su tensión comenzaba a menguar, en el instante justo en el que se volvió a desvanecer

1 comentario:

  1. Acabalo ya x dios. Mete a Rodrigo Norris que acabe con todos y perdone a la chica

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