lunes, 10 de septiembre de 2012

Hotel Herzegovina. Tercera Parte

Las manos de Diana temblaban. Miraba sus palmas, el anverso, sus finos dedos rematados en callosas yemas. Todo el conjunto temblaba. Trataba de abrir y cerrar los puños, sin obtener respuesta alguna. Presa del terror, sin comprender muy bien porque aquellas manos habían dejado de obedecer, Diana era incapaz de recibir ningún estímulo del exterior. Todo era una gran neblina gris, una gran eco ensordecedor que la aislaba del resto de la humanidad. A tan solo unos pocos metros, cerca de la puerta que daba acceso al pequeño jardín, su hermano le gritaba con toda su alma para que se refugiase dentro de casa, mientras sujetaba a su hijo pequeño en brazos y tiraba de su otra hija de la mano. Sin embargo, Diana sólo percibía una voz tenue dentro de aquel gran eco, como si viniera procedente de varios kilómetros de distancia. Solo tenía atención para aquellas y desgastados manos. Diana trataba de imaginar como eran esas mismas manos hace tan sólo unos meses, con la manicura hecha con esmero; y el esmalte francés sobre sus uñas, que su madre la había regalado en Navidades. Nada que ver con lo que veía en aquel momento.

El silbido que antecede la caída de un obús sacó súbitamente a Diana de su trance. Como si alguien hubiera decido repentinamente subir el volumen al mundo, Diana pegó un pequeño grito de espanto al percibir en un milésima de segunda el caos que tenía a su alrededor. Lo primero que hizo fue buscar con la mirada el origen de aquellos gritos desgarrados que la suplicaban que entrara dentro de casa. Se giró 180 grados y vio a su hermano, con medio cuerpo dentro de la casa, chillándole con lágrimas en los ojos, mientras su dos hijos estaban invadido por un llanto que reflejaba el miedo a lo que eran incapaces de comprender. Diana, se agachó a por la cesta llena de judías que había recogido de su pequeño huerto. Alzó la mano hacia el asa de la cesta de mimbre cuando una fuerza invisible la atizó con una fuerza que no había sentido antes en medio de un estruendo ensordecedor. El frágil cuerpo de Diana fue expulsado varios metros hacia atrás golpeando su espalda contra la verja de madera que marcaba el perímetro.

El obús había debido caer tan solo unas casas más allá de donde se encontraba Diana. En medio de una nube de polvo y cenizas que envolvía todo el ambiente. Diana intentó levantarse del suelo en medio de un gran dolor. Cerró los ojos un segundo y el resto de sus sentidos para detectar de donde venía aquel dolor. Afortunadamente únicamente recibía pinchazos de su zona lumbar, el resto de su cuerpo parecía intacto. Diana palpó rápidamente su cara, bajando por su cuerpo, su torso, su vientre, sus piernas, sin notar ningún foco de dolor. Luego miró sus aún temblorosas manos para comprobar con satisfacción que no había sangre en ellas. Diana entonces se derrumbó sobre la grava y se puso a reir. No era una risa de felicidad, era una risa histérica que salía de una mente y un cuerpo paralizado por el terror. La escena era macabra, en medio de una nube gris y sucia que lo invadía todo, el pequeño y delicado cuerpo pálido de Diana se convulsionaba por culpa de unas carcajadas histrionicas que se perdían entre los gritos, llantos, ecos de derrumbe y explosiones que recorrían todo el distrito de Petrovici.

Unos fuertes brazos recogieron con violencia a Diana del suelo y la llevaron al interior del hogar. Su hermano, desencajado por haberse encontrado a su hermana en ese estado pero feliz por descubrir que estaba ilesa, la llevo en brazos hasta el sótano donde ya se habían refugiado sus hijos y su esposa. Su hermano la recostó con cuidado en el suelo cubierto por mantas y cojines, mientras miraba a su mujer que le devolvía la mirada con incredulidad, como si aquellas carcajadas fueran parte de alguna broma cruel que no comprendía.

Con el sonido de la segunda explosión Diana dejó de reirse. El sonido de la bomba le recordó violentamente que Rodrigo estaba ahí fuera, expuesto al fuego enemigo. Se quedó un segundo muda y comenzó a hiperventilar. Fuerte, cada vez más fuerte, la respiración de Diana iba in crescendo al tiempo que su corazón se desbocaba en su pecho. De repente, se puso en pie con una velocidad increíble, sin importarle la punzada de dolor que recorrió de norte a sur su espalda.

 - ¡Rodrigo! - Gritó con una desesperación que hizo que sus sobrinos volvieran a llorar. -¡Rodrigo!.- Chillaba dirección a las escaleras que daban acceso a la planta superior, como si su voz pudiera atravesar aquellas paredes, esquivar el infierno del bombardeo a Petrovici, y llegar, kilómetros más allá, hasta los oídos de su amado.

Su hermano y su cuñada la agarraron con fuerza de los brazos mientras ella continuaba gritando, cada vez menos fuerte, cada vez más consciente de que aquel hombre jamás la escucharía. No obstante, no dejó de repetir su nombre, aunque las lágrimas que asolaban sus mejillas hacían que en vez de una llamada, su voz sonase como una súplica inútil y desolada. Su familia seguía arropandola, abrazándola mientras le susurraban palabras cálidas, llenas de compresión. Pero Diana había vuelto al trance del que había salido tan solo unos minutos atrás. Miraba sus manos, como quien mira al misterio más grande de la humanidad. Era incapaz de hablar, de escuchar, incluso de pensar, lo único que era capaz de hacer era observar absortamente aquellas extrañas manos.

El bombardeo a Petrovici duró cerca de dos horas. Durante ese tiempo, Diana y su familia permanecieron inmóviles en el sótano. Diana sólo fue capaz de responder, cuando su hermano la obligó a tomarse una copa de coñac para calmar sus nervios. Lo bebió sin rechistar, necesitaba sentir la calidez del alcohol para sentirse más reconfortada.

La penumbra comenzaba a caer. Se intuía por las pequeñas claraboyas que daban al exterior y que daban una mortecina iluminación al sótano. El hermano de Diana decidió que era el momento de encender la pequeña lámpara de gas. El gas era un bien muy preciado en Sarajevo en aquellos días y aquella lámpara, con forma de candil antiguo, sólo se encendía en casos de emergencia. Sin embargo, lo más seguro era pasar la noche refugiados en el sótano, ya que el ejército serbio podría lanzar un nuevo ataque en cualquier momento. Cuando la llama comenzó a elevarse, la moral de Diana se recuperó milagrosamente. Era como si aquella luz amarilla llenase de energía. Diana se frotó los ojos, enrojecidos por sus llantos, y lanzó una tímida sonrisa a su familia. Éstos le respondieron con muecas de afecto. Sus sobrinos, que habían detectado la mejoría de su tía, se acercaron a su lado y la abrazaron. Ambos pusieron las manos sobre su regazo y la miraron con una cara que combinaba súplica y alegría. Diana sabía lo que le estaban pidiendo. Desde hace semanas, Diana había comenzado a cantar canciones de los Beatles para recuperar su inglés ya que era la única manera que tenía de comunicarse con Rodrigo. Por las tardes, si sus sobrinos había hecho las tareas, le cantaba una par de canciones con su voz suave y templada. Ahora, le reclamaban una nueva actuación

Diana les miró con con cariño y se mojó suavemente sus pequeños labios.

 - Oh yeah! I'll tell you something, I think you understand. Well, I'll say that something, I wanna hold your hand. - Sus sobrinos sonrieron complacidos llegados a esta parte, ya que sabían que era su turno para hacer los coros. - I wanna hold your hand .- repitieron los tres a coro. - I wanna hol...

Un ruido atronador volvió a escucharse procedente del exterior. Diana abrazó fuertemente a sus sobrinos y miró espantada a su hermano. Sin embargo, el tenía una expresión diferente. Por su mirada, pudo dilucidar que no se trataba de una bomba, sino de un intruso. Alguién había irrumpido en su casa y ahora se encontraba en el piso de arriba.

Los cuatro permanecieron en silencio. Su hermano escrutó con la mirada el sótano y decidió agarrar una llave inglesa de grandes dimensiones. La sujetó fuertemente entre sus manos y clavó su mirada en las escaleras que daban acceso a la planta superior.

El sonido de la manivela abriéndose lentamente hizo que los corazones de Diana y su familia bombearan sangre y adrenalina a más de doscientas pulsaciones por minutos. El sonido de la puerta mal engrasada abriéndose lentamente inundó todo el sótano. El hermano de Diana bajó la intensidad de la llama hasta el mínimo y agarró con fuerza su improvisada arma. Su mujer permanecía detrás de el, agarrándole la espalda y mirando a sus hijos de manera desesperada, rezando porque las tropas serbias no fueran las que estaban ocupando la casa. Diana tenía la misma idea en su cabeza, y agarraba fuertemente los cuerpos de sus sobrinos, decidida a que les protegería con su vida si fuera necesario.

Por la abertura de la puerta, se coló un haz de luz que fue haciendose más ancho a medida que se abría la puerta. Una bota militar fue lo primero en asomarse por las escaleras. Las miradas de Diana y su hermano se cruzaron, y en ambos les quedó claro una idea: había que defenderse si fuera necesario. La otra bota militar, apareció para bajar al escalón inferior. Aquel soldado estaba bajando. Diana, puso sus manos en los ojos de sus sobrinos. Su cuñada rezaba en voz baja a una velocidad cada vez más elevada y su hermano miraba con los ojos inyectados en sangre a aquel uniforme de camuflaje que ya era visible hasta la cintura.

Aquel cuerpo, siguió bajando pero, a pesar de la penumbra, algo no encajaba. Diana y su hermano parecieron darse cuenta. Aquel cuerpo no tenía la pose firme y decidida de un atacante sino que parecía balancearse, cojeando, teniendo que usar su mano para asirse a la barandilla de las escaleras. Aquel cuerpo estaba herido. El hermano de Diana relajó la tensión de los músculos de su brazo y Diana miraba boquiabierta presa de la expectación. Cuando aquel hombre hubo bajado el último escalón, Diana no pudo contener un grito. Aquel hombre era Rodrigo y estaba malherido.

Diana corrió apresuradamente a sus brazos. Rodrigo comenzaba a desplomarse cuando Diana le sujetó y comenzó a besarle mientras le intentaba erguir. El hermano de Diana también se había levantado y se encontraba pasando el dolorido brazo de Rodrigo por su hombro cuando cayó una nueva bomba. El impacto fue brutal. Los cimientos de la casa se sacudieron y los tres cayeron al suelo sin apenas oponer resistencia. Rodrigo y Diana cayeron enfrentados, cara a cara. Ambos pudieron sentir la dureza y frialdad del suelo al tiempo que se miraban a los ojos.

- Rodrigo. - Dijo Diana mirándole con los ojos vidriosos, presa del pánico por aquella nueva explosión. - Rodrigo, protect the baby.- Rodrigo la miró con estupor un segundo. En seguida se dio cuenta de que había visto a dos niños al bajar, eran sin duda los sobrinos que Diana le había comentado en otras ocasiones. - The baby, Rodrigo, please, the bay.

Rodrigo intentó levantarse lo más rápido que pudo para poner a salvo a aquellos niños. Sin embargo una mano tiraba de él de vuelta al suelo. Diana le miró con dulzura y Rodrigo    dejó de intentar zafarse de ella. Con las manos aún unidas, Rodrigo volvió a tumbarse de nuevo a su lado, sin saber muy bien por qué lo hacía, hechizado por aquellos ojos.

- Rodrigo. - Diana le miró y con un susurro a su oído le dijo. - Rodrigo, your baby. - Y lentamente colocó su mano en su propio vientre. De repente Rodrigo lo entendió todo. Diana estaba embarazada y el hijo era suyo.





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